A 2 horas de CABA: 3 pueblos con ENCANTO que te van a SORPRENDER

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Almacenes, pulperías, bodegones camperos, emprendimientos nacidos del trabajo de tenaces pobladores, sostienen el interés por los pueblitos rurales de la provincia de Buenos Aires. La amplía geografía bonaerense los desperdiga por los cuatro puntos cardinales y algunos de sus más grandes atractivos están en sus propuestas gastronómicas sin pretensiones, sencillas y a la vez  contundentes, apostando a sabores familiares y a los platos abundantes.

Aquí, tres parajes de la zona norte de la provincia, ubicados a pocos kilómetros de ciudades cabeceras de partido, imperdibles por su oferta y su relativa cercanía con la ciudad de Buenos Aires.

Azcuénaga y Cucullú, las perlas de Giles

El partido de San Andrés de Giles, cuya ciudad homónima está a 103 km de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, tiene 11 parajes rurales, cada uno con su estación de tren. Trazados ferroviarios hoy en desuso que supieron darle vida a esas pequeñas poblaciones y que ahora, gracias al turismo de fin de semana, recuperan su antiguo encanto.  Dos de esos parajes no faltan en ninguna recomendación de recorridas gastronómicas por la geografía bonaerense: Azcuénaga y Cucullu.

En Azcuénaga, ubicado a 11 km de la ciudad de Giles, entre el kilómetro 103 de la RN7 y el km 98 de la RN8, brilla La Porteña, un comedor de pueblo que tiene más de una década de vida y se halla sobre la Av. Pedro Terrén, frente a la estación del ferrocarril.

El restaurante está en un local que data de 1930, antiguamente sede de la sastrería del abuelo de Analía Capecci, hombre que supo vestir a todo el pueblo, fueran terratenientes o peones. Hoy, los hijos de Analía, Juan y Federico, son los chefs de La Porteña, establecimiento que el boca a boca volvió un imperdible de la zona, con mucha gente acercándose a almorzar los sábados y domingos al mediodía.

Las especialidades son las pastas caseras (ravioles, canelones, lasagnas, ñoquis, tallarines, raviolones de espinaca o de calabaza), prologadas por entradas clásicas (empanadas de carne, escabeches, bandejas de fiambres y quesos) y seguidas de postres contundentes (flan elaborado con huevos de campo; tiramisú), todo con el indeleble sello de lo casero.

La escenografía acompaña: Analía y su familia (aquí trabajan todos: sus padres, ya octogenarios, su marido, sus tres hijos, su nuera) resguardaron los muebles y objetos sobrevivientes de la sastrería, los mismos que hoy decoran el lugar: mesas de cortes, estanterías, planchas, tijeras.

Almacenes con historia

También en Azcuénaga sobrevive uno de los primeros comercios del paraje. El almacén de ramos generales antes conocido como Casa Terrén, levantado en 1885, y que hoy, tras haber sido reabierto en los años 90, es uno de los hits del pueblo bajo el nombre Almacén CT & Cía.

Regenteado por la familia Coarasa, el espacio mutó de almacén de ramos generales a restaurante, con una oferta gastronómica completísima. Incluye menú fijo y también la opción de comer a la carta preparaciones como picadas de campo y de mar, pastas caseras, carnes y achuras a la parrilla (el “Asado del domingo” tiene un poco de todo y es una elección recomendada).

Como cierre, y antes de emprender el regreso, se puede conocer algo más de Azcuénaga visitando la capilla Nuestra Señora del Rosario, el mural en adobe que está dentro del predio ferroviario o el Club Recreativo Apolo. Y si la intención es no irse sin probar más delicias, una visita a la panadería La Moderna, cuyo horno a leña está prendido desde 1907, puede subsanarlo.

También muy cerca de Giles –a 11 km– se encuentra Cucullú, un pequeñísimo pueblo cuyo corazón parece latir en Casa Gallo (Acceso 9 de Julio y La Mariposa), almacén de ramos generales fundado en 1880 por Jorge Gallo, hermano del tatarabuelo de Rodolfo “Fito” Gallo, hoy dueño del establecimiento.

Hace tres años, Fito encaró una amplia restauración del lugar, pero cuidó que los objetos que se conservaban de antaño (desde una antigua caja registradora a periódicos locales del año 1956, donde figuran publicidades del comercio familiar, pasando por toda clase de botellas y hasta una vieja heladera de madera) siguieran dándole su fisonomía y su encanto.

El lugar, que también funciona como almacén orgánico, invita a disfrutar sus platos variados (se pueden comer desde tacos a hamburguesas, pasando por picadas –recomendadas–, empanadas o parrilla) en su hermoso y amplio patio, donde a menudo se presentan músicos en vivo.

En Casa Gallo se trabaja con un solo turno: Fito explica que quien vaya a comer al mediodía no tiene por qué estar apurando la sobremesa. Una gran idea cuya intención ulterior es aún mejor: que Cucullú, un pueblito de apenas 2 mil habitantes, no vea alterada su armonía. Ni siquiera un fin de semana.

Carmen de Areco al sur

Apenas 15.7 km (unos 25 minutos en auto) separan Carmen de Areco de Gouin. Se accede por un camino de tierra que parte desde el km 137 de la RN7 hacia el sur. El pueblo es mínimo: un trazado de sólo 6 cuadras.

No cuenta con estación de servicios ni hospedajes, lo que lo hace ideal para llegar a media mañana, recorrer la plaza Mitre y la Capilla San Agustín, detenerse a contemplar las instalaciones del camping, la fachada del Club Sportivo Gouin, las antiguas construcciones del caserío, o simplemente la inmensidad verde que lo rodea. Todo es calma y tranquilidad: lo pueblan sólo 130 personas.

A partir de 1915, en Gouin funcionó “El 13”, una almacén de ramos generales que fue la proveeduría de un paraje donde alguna vez vivió un millar de personas. El profuso trabajo que se desarrolló en la zona, y la frecuencia con que pasaba el ferrocarril, hacían posible esa efervescencia.

Luego, como sucedió con tantos pueblos bonaerenses cuando los trenes dejaron de surcar sus geografías (en este caso, el Ferrocarril Gral. Belgrano, que unía Buenos Aires y Rosario), Gouin experimentó un olvido que por suerte va quedando atrás.

“El 13” fue levantada por Pascual Cólera, abuelo de Alfonso y Norberto Cólera, quienes tras la muerte de Pascual se hicieron cargo del local, en 1968. Muchos años de trabajo después, en 2015, decidieron cerrarlo.

Hoy, con sus puertas y postigos clausurados, puede adivinarse el movimiento que tuvo en sus años de esplendor, donde además de despacharse bebidas y alimentos se vendían herramientas agrícolas, combustible (tuvo el primer surtidor del pueblo) y hasta fue oficina de correos y salón de baile.

Gastronomía pampeana

En cuanto a lo gastronómico, el Bar Don Tomás (Aurelia Andrada s/n) es uno de los ineludibles del pueblo. Emplazado en un edificio donde entre 1909 y 1931 funcionó una escuela y luego una peluquería, desde 1940 es bar y pulpería y en sus paredes de ladrillos guarda historias de más de un siglo de vida.

Su menú es tenedor libre y arranca con tabla de fiambres y empanadas fritas, continúa con pastas caseras o parrilla (acompañada de papas fritas o ensaladas) y culmina, claro, con los postres.

Otro de los atractivos culinarios de Gouin se encuentra en la antigua estación de tren. En el restaurante llamado precisamente La Estación, entre objetos que recuerdan una actividad perdida, y con la posibilidad de comer en las mesitas colocadas sobre el andén, ahí nomás de las vías de trocha angosta, se despliega un menú fijo y sencillo: empanadas y picada (muy completa) para empezar, parrilla o pasta libres, y postres de bodegón (budín de pan, flan, helado). Alrededor, solo paz.

Gouin es, además, sede de la Fiesta Nacional del Pastel (los comúnmente llamados “pastelitos” de dulce de membrillo o batata, reyes dulces de las fiestas patrias). Todos los diciembres, miles de personas visitan el pueblo para disfrutar de una competencia que reúne a unas 40 pasteleras, quienes hacen su mayor esfuerzo por lograr el mejor pastel, elegido por jurados que llegan especialmente para el concurso.

Pero no hay que esperar hasta diciembre para disfrutar le especialidad: cada dos domingos se realiza en el pueblo la feria “La Matera”, donde además de comprar artesanías puede conseguirse una bandeja de esos pastelitos celestiales. No hay mejor souvenir.