Adobe, volcanes y salares: así es la RUTA del VINO de CATAMARCA

Share

Las bondades del suelo catamarqueño permitieron que la cosecha de la vid se transformara en un sorprendente atractivo turístico, que invita a descubrir la provincia a través de sabores inolvidables.

En el Noroeste argentino, descansa, apacible, una provincia que tiene mucho para contar. Entre campos de piedra pómez, volcanes, salares y otras maravillas naturales, las historias se abren camino en Catamarca. El mejor ejemplo de esto es la Ruta del Adobe, aquella que aún hoy guarda construcciones de piedra y barro de más de 300 años de antigüedad, y huellas de las culturas precolombinas.

Si serán generosas las tierras catamarqueñas, que existe una experiencia que marida de manera perfecta con las atracciones recién mencionadas, y que permite recorrerla en toda su extensión. Esa propuesta tiene nombre y apellido: la Ruta del Vino

Un suelo arenoso y profundo, con la amplitud térmica como principal aliada dieron como resultado un lugar propicio para el crecimiento de varietales como Malbec, Syrah, Cabernet Sauvignon, Bonarda y Torrontés, entre tantísimos otros. Así, extiende la irresistible invitación a descubrir todo el esplendor de Catamarca con un hilo conductor innegable: el buen vino.

Historia pura en el Valle de Pomán

Con más de 4.500 metros, el cerro Manchao se destaca visiblemente en el corazón del Valle de Pomán, cuyo promedio de altura oscila entre los 900 y 1.000 metros. En ese escenario natural que impresiona a la vista, se erigió una de las primeras bodegas de la provincia. 

“Desde 1928 elaborando con la misma pasión los mejores vinos con acento catamarqueño”. La frase con la que Bodega Michango se presenta hace una clara alusión a sus inicios, aquellos que Augusto Cesare Andreatta, recién llegado de Italia, comenzó a forjar a partir de 1920. Camino a cumplir los cien años, y respetando la tradición familiar, continúan elaborando muy buenos exponentes de Torrontés dulce, Malbec y Bonarda, los cuales se pueden degustar a lo largo de las visitas guiadas en sus propios viñedos.

Tinogasta, con identidad propia

Seismiles, la cadena de montañas más alta de toda la Argentina con sus más de 6.000 metros de altura, es un punto de referencia obligado en el departamento de Tinogasta. Y por supuesto, un lugar propicio para la producción de vinos con identidad propia.

La bodega Veralma es un claro exponente de como la altura es un factor clave para obtener ejemplares únicos. Pero más allá del recorrido por los viñedos, ofrece la posibilidad al visitante de crear su vino propio en conjunto con el enólogo de la bodega, Santiago Palero. ¿El resultado de esta experiencia? Una barrica equivalente a 300 botellas de vino, y la indiscutible marca personal de cada uno.

Fiambalá: una parada obligada

A menos de 60 kilómetros de Tinogasta, y con alturas que se aproximan a los 1.600 metros, el suelo de Fiambalá también es propicio para el cultivo de la vid y, en consecuencia, para el desarrollo de varias bodegas. Cabernet de los Andes es una de ellas, con la particularidad que produce vinos orgánicos y biodinámicos. Uno de ellos es Plenilunio, elaborado con las uvas que se cosechan cada año a la luz de la luna llena durante Semana Santa.

Finca Don Diego es el otro imperdible: es que más allá de la calidad de sus vinos, allí se encuentra la Iglesia de San Pedro, construida en 1770 y parte esencial de la Ruta del Adobé. Las visitas y degustación son totalmente gratuitas y también se puede almorzar en sus instalaciones.

Hualfín, la cooperación como bandera

Los dos rasgos que distinguen a Hualfín son la capilla Nuestra Señora del Rosario (la segunda más antigua de la provincia) y los viñedos que abundan en la zona. Fruto de ello es la bodega municipal de Hualfín, emprendimiento pionero en toda América Latina, que le compra directamente a los productores locales que trabajan de manera cooperativa.

Desde su inauguración en 2011, produce muy buenos exponentes de Malbec, Torrontés, Syrah y Cabernet Sauvignon, gracias a la ubicación de sus viñedos a 1.800 metros de altura y la amplitud térmica de la zona.

Santa María, alta en el cielo

Con picos que juguetean entre los 1.800 y 2.100 metros, los Valles Calchaquíes también esconden extensos viñedos en la zona de Santa María. Así, se consiguen muy buenos exponentes de vinos de altura.

¿Dónde se puede degustar? Por ejemplo, en Altos del Yokavil, nacida a finales de los ´90 bajo la inspiración de ser una bodega de autor. Así dieron vida en primer lugar a su cosecha de Cabernet Sauvignon, para luego dar paso al Malbec, y después incorporar un blend que une lo mejor de los dos primeros.

Por Christian Ali Bravo