A 40 AÑOS DE SU ESTRENO, EL FILM CONSAGRATORIO DE BOB FOSSE SERÍA TAMBIÉN SU CANTO DEL CISNE. PREMONITORIA Y GENIAL, CON UNA BANDA DE SONIDO INOLVIDABLE, QUEDARÍA COMO EL TESTAMENTO FÍLMICO DE UNO DE LOS MÁS GRANDES COREÓGRAFOS Y DIRECTORES DE HOLLYWOOD.
Para Joe Gideon todos los días comienzan del mismo modo: Vivaldi en gran volumen, gotas de colirio en los ojos, un antiácido estomacal, comprimidos de dextroanfetamina y siempre, siempre un cigarrillo colgando de su boca. La frase “It’s showtime”, dicha frente al espejo casi con resignación, completa el ritual. El arranque de All That Jazz, la película donde el gran director, coreógrafo y bailarín Bob Fosse cuenta su vida, se repite en loop a lo largo del film, como reafirmando que para este hombre demasiado agobiado por el trabajo y los excesos el simple hecho de ponerse en marcha cada día es una tarea ciclópea.
A 40 años de su estreno (debutó en los cines norteamericanos el 20 de diciembre de 1979 y llegaría a la Argentina recién en agosto del año siguiente, con un subtítulo agregado: El show debe seguir), y ahora que la figura de Fosse volvió a los primeros planos gracias a la excelente miniserie Fosse/Verdon, revisar All That Jazz es encontrarse con un artista que rinde cuenta de sus propias faltas, ofrece un compendio de sus obsesiones, repasa su andar licencioso e irresponsable y, lo más importante, anticipa su propia muerte. Desde el principio del film Gideon (Roy Scheider, definitivamente alejado del Brody de Tiburón), que está dedicado de lleno a una nueva producción de Broadway a la vez que edita y reedita hasta lo enfermizo su película The Stand Up (una referencia clara a Lenny, el film de 1974 donde Fosse contó la vida del cómico de stand up Lenny Bruce), sueña con el Ángel de la Muerte.
LA PELÍCULA FUE PALMA DE ORO EN EL FESTIVAL DE CANNES Y LOGRÓ NUEVE CANDIDATURAS A LOS OSCAR, DE LOS CUALES GANÓ TRES.
Una dama de blanco, hermosísima y seductora (Jessica Lange) que aparece en secuencias más perturbadoras que pesadillescas, donde Gideon parece atrapado en un escenario circular que pendula entre la vida y la muerte. Una mirada interior en la que Fosse y su coguionista Robert Alan Aurthur no escatimaron crueldad: el alter ego del realizador está metido en un frenesí de creación y excesos (drogas, alcohol, tabaco, sexo desenfrenado) no exento de desencuentros personales con su exmujer, su hija, su pareja, los bailarines, productores y financistas de su espectáculo, y lo hace de manera egoísta y manipuladora. Pero a pesar de ser consciente de su egocentrismo –también de su genialidad– Fosse juega muy bien sus cartas. Entre un magnético score (la inolvidable “On Broadway” de George Benson sonó hasta el hartazgo en programas de TV ochentosos con cuadros de danza incluidos) y osadas escenas de baile, dignas de su estatura de coreógrafo –uno de los más grandes de la historia– el realizador que a esa altura ya había ganado un Tony, un Oscar y un Emmy al mejor director (hecho que aún nadie repitió en toda la historia de los tres premios, y menos en el mismo año) se las arregla para hacer de este hedonista irredento un hombre entrañable, que ama a su hija y se muestra como un niño celoso a pesar de ser sistemáticamente infiel.