LA ECÓLOGA QUE SE NACIONALIZÓ ARGENTINA PARA ESTAR BIEN CERCA DE LA PATAGONIA Y SU BIODIVERSIDAD FUE GALARDONADA CON EL PREMIO L’ORÉAL-UNESCO POR SU CONTRIBUCIÓN A LA COMPRENSIÓN DE LOS ECOSISTEMAS TERRESTRES Y EL IMPACTO HUMANO.
El día del lanzamiento del Apolo 11, mister Austin subió con sus cinco hijos al techo de su casa de Florida para ver el lanzamiento del cohete que unos días después plantaría bandera en la luna. “El brillo en los ojos de mi padre y el orgullo de los logros científicos es algo que se ha quedado conmigo”, cuenta Amy Austin casi 50 años después y agrega que la pasión de este ingeniero de la NASA por los eventos que se vivían hacia finales de los ’60 era parte de la vida familiar. “Era imposible no sentirse inspirado por el potencial del descubrimiento científico”, cuenta.
Su destino estaba escrito. Amy realizó una licenciatura en ciencias ambientales y un doctorado en la Universidad de Stanford, pero la suerte interpuso una interesante variable y una beca de postdoctorado de la Fundación Nacional de Ciencia de los Estados Unidos la trajo a la Patagonia. Enamorada de la biodiversidad de sus ecosistemas, se nacionalizó argentina y hoy es investigadora principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en el Instituto de Investigaciones Fisiológicas y Ecológicas Vinculadas a la Agricultura (IFEVA) y docente de Ecología de la Facultad de Agronomía de la UBA. “Sentí que las futuras decisiones de ecología y conservación en América Latina iban a ser críticas a escala regional y planetaria”, explica esta mujer que dedica sus días a evaluar los impactos humanos, especialmente el uso de fertilizantes nitrogenados, en los ciclos de nutrientes de la agricultura. En 2006 la Profesora Austin fue la primera investigadora en demostrar que la radiación solar es el proceso dominante que controla la pérdida de carbono en los ecosistemas semiáridos, un hallazgo que contrarresta la idea prevaleciente de que la descomposición biótica microbiana y de la fauna dominaba el ciclo de carbono y nutrientes en todos los ecosistemas terrestres.
SUS INVESTIGACIONES EN EL SUR DE ARGENTINA LLENAN LAS LAGUNAS CRUCIALES EN EL CONOCIMIENTO SOBRE LA DESCOMPOSICIÓN DE LAS PLANTAS Y LA FERTILIDAD DEL SUELO Y HAN LLEVADO A LA COMUNIDAD CIENTÍFICA POR NUEVOS CAMINOS.
La biografía de Amy tiene algo de cinematográfica y al mismo tiempo es una de muchas eminentes mujeres científicas aunque los números lamentablemente no lo reflejen, pues se calcula que sólo el 28% de los científicos son mujeres y apenas el 3% de los Premios Nobel de Ciencias se
otorgaron a mujeres desde que comenzaron en 1901. El techo de cristal existe y, para romperlo, la Fundación L’Oréal asumió el compromiso de elevar los perfiles de estas profesionales a fin de promover una mayor igualdad de género en la ciencia a través de una asociación con la UNESCO. Ellas inspiraron bastante más que una película: esta alianza lleva dos décadas colaborando para mejorar el equilibrio entre mujeres y hombres en esa área reconociendo cada año a cinco científicas excepcionales con el Premio L’Oréal-UNESCO Por las Mujeres en la Ciencia. Cada una de las galardonadas recibe cien mil euros y la consecuente visibilidad que la marca refuerza con acciones concretas, como la reciente campaña de comunicación internacional en siete aeropuertos internacionales (París, Nueva York, Pekín, Londres, Dubái, Sao Paulo y Johannesburgo) y en las calles de París, en asociación con JCDecaux y Aéroports de Paris.
En una entrevista reciente, Amy puntualizó: “La esperanza es que los premios estimulen a más mujeres a elegir una carrera científica. Hay un atributo que unifica a todas las que ganamos este premio: una pasión muy fuerte por hacer lo que nos gusta con mucha dedicación”. El objetivo es que sean cada vez más.