Relato de viaje – Aventura en dos ruedas

Foto: Evelyn Brites

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Por Evelyn Brites.


Jamás me había imaginado que a mis 20 años emprendería un viaje de esta naturaleza. Uno de mis sueños más anhelados es ser viajera, conocer todo lo que este mundo nos otorga. Poder ir a lugares insólitos, conocer culturas, costumbres y personas nuevas, porque siento que así es como consigo más sabiduría: con las experiencias.

Puedo decir que en estos años he viajado y conocido lugares maravillosos, pero siempre en auto, en micro o a lo sumo en avión. Hasta hace no tanto me parecía una locura la gente que iba en moto. También pensaba en la valentía de esas personas que estaban dispuestas a hacer cientos de kilómetros en dos ruedas.

Pero ahora comprendo que hasta que uno no tiene una moto, no lo entiende. Esa adrenalina constante que se siente y la sensación de ser parte del paisaje son inexplicables. Se admira el mundo de otra manera. Hoy puedo contarles que fui una de esas personas locas que se atrevió a vivir un viaje de otra manera.

Con medio año de preparación, evaluamos las paradas, los lugares de acampe, los alojamientos y las excursiones. Con un itinerario hecho, el 2 de enero de 2022, cuatro jóvenes emprendimos una aventura inigualable desde Buenos Aires a Mendoza. Fueron más de 3500 km en total.

Foto: Evelyn Brites

Arrancamos a la madrugada, cuando no había nadie en la autopista, y tampoco se veía nada. La niebla nos obstaculizaba la visión, se podía ver hasta unos 30 metros, nada más. Parar no se podía porque estábamos en medio del campo, en una ruta sin estación de servicio, así que no nos quedó otra que seguir.

Hasta Córdoba el viaje se hace atractivo, se pasa por lagunas muy grandes y lindas. Pero desde Córdoba a San Luis me pareció muy tedioso. Creo que esta percepción se vio aumentada por el cansancio y el calor. 

A casi 100 km de llegar al camping, a una de las motos se le prendió el testigo de batería, y eso no era bueno. No teníamos lugar donde parar así que decidimos seguir. Llegamos a un camping llamado “La esperanza” en Villa Mercedes, sobre la ruta 28. No había mucha luz y estábamos solos. Ese día no pudimos  encontrar el problema de la moto, lo eléctrico no andaba y la batería no era.

Al otro día seguimos viaje. En la parte de San Luis hacia Mendoza, pasando el peaje, la ruta es completamente desértica, sin nada y recta, por lo que se nos hizo súper larga, hasta que por fin se empezaron a ver viñedos junto a un paisaje verde con algunas mesetas. Seguimos un rato más y a lo lejos se asomaron las primeras montañas de Mendoza. Todo el calor y el cansancio que teníamos se nos fue con tan solo ver esos monstruos de vegetación frente a nuestros ojos. Y una ciudad hermosa alrededor de esas montañas.

Increíblemente, cuando llegamos, la moto dejó de andar. Justo cuando llegamos al destino. Se paró y no quiso arrancar más. Había muerto completamente. 

Foto: Evelyn Brites

En la ciudad encontramos una mecánica. Fue un lujo. No sólo se preocupó por arreglar la moto, sino que fue maravillosa con nosotros. Estuvimos más de 3 días sin vehículo, pero aún así pudimos disfrutar.

En un primer momento, recorrimos la plaza Independencia, donde a la noche se ilumina el enorme escudo nacional argentino ¡Hermoso para sacarse fotos! También fuimos al parque San Martín, con su bellísimo portón de entrada. Al tercer día nos dirigimos hacia las termas de Cacheuta. Es un lugar ideal para relajarse completamente y conectarse con la naturaleza.

Llega la mañana siguiente, el cuatro día, y la moto todavía no estaba reparada. Si bien la mecánica había descubierto el problema central, el estator había quemado todo lo eléctrico con un pequeño cortocircuito y aún no había llegado el repuesto. Y como el alquiler se nos vencía ese día, ya no teníamos hospedaje. Así que nos tuvimos que quedar con mi amiga, con todos los bártulos, en la plaza Independencia, mientras esperábamos que los chicos trajeran la moto arreglada.

Foto: Evelyn Brites

Al rato de estar allí, apareció un perro, era gordito y lindo, se notaba que estaba bien cuidado, simplemente se acercó y se durmió a nuestro lado. De a poco se iba corriendo, dependiendo del sol, pero todo ese tiempo se quedó con nosotras. A unos metros, en un banco, un hombre se sentó. Nos llamó la atención porque agachó la cabeza y aprovechando que su gorro de pesca le tapaba la cara, se durmió. 

Pasaban las horas y el hombre seguía ahí, en la misma posición. La gente se sentaba un ratito y después se iba, pero él seguía durmiendo. Cuando vinieron los chicos con la moto, empezamos a preparar todo y de repente ese hombre se despertó, se levantó y se fue. Y el perro desapareció. 

Estuvimos seis horas en esa plaza, en el mismo lugar y durante todo ese tiempo ellos se quedaron allí. Pienso que fueron nuestros ángeles. Nos estaban protegiendo para que nada malo nos pasara. Para mí no fue casualidad que ellos estuvieran ahí. Nos cuidaron. Lo sentí así.

Con muchas ansias, seguimos viaje. Pasamos por Potrerillos y llegamos a Uspallata. Allí sentimos que los paisajes que habíamos visto antes no eran nada si los comparábamos con esas inmensas montañas de colores, con el valle y los árboles.

Desde allí fuimos al departamento de Las Heras, al Aconcagua, que es la montaña más alta de América. ¡Tenerla tan cerca es impresionante! Luego pasamos por el Puente del Inca y como nos faltaba más adrenalina, subimos al Cristo Redentor, a unos 4200 metros de altura. Estábamos en uno de los puntos más altos de la Argentina y habíamos llegado en moto. Juro que esa sensación de orgullo no nos la quitará nadie. Éramos también unos locos. 

Foto: Evelyn Brites

El último destino fue San Rafael, así que preparamos todo, equipamos las motos y continuamos el viaje. Paramos en Tunuyán a comer y luego nos desviamos hasta el Manzano histórico donde San Martín hizo su última posta. En el Museo Sanmartiniano que posee la reserva se conserva un retoño de aquel árbol que dio origen al nombre del sitio donde transitó el Libertador de América.

El lugar tiene un río donde hicimos rafting y al otro día cabalgamos por las montañas, conocimos el Cañón del Atuel y terminamos en el Valle Grande, donde corre el río Atuel con aguas cristalinas, divinas para meterse. A continuación hicimos la ruta del vino, donde visitamos algunas bodegas. Y por último fuimos al Nihuil, un lugar hermoso para conocer y sacar fotos.

A la vuelta agarramos por la 188 que está llena de parches y pozos. Hay que tener mucho cuidado ya que por el calor y los pozos las ruedas pueden perjudicarse. Hicimos varias paradas para descansar y en la tercera de ellas se nos acercó un hombre con toda la buena onda a preguntarnos del viaje. Parecía más emocionado que nosotros. Nos entretuvo unos 20 minutos hablando de sus aventuras, pero nosotros queríamos seguir viaje porque nos faltaba un trecho para llegar a Lincoln donde pasaríamos la noche.

Pero las cosas pasan por algo. Esas personas que se acercaron nos evitaron pasar por una desgracia. A unos pocos km de Realicó, la ruta se cortó completamente debido a un accidente. Fue media hora antes de que pasáramos nosotros. Si ese hombre no hubiese aparecido, nosotros podríamos haber pasado en el momento del accidente.

Foto: Evelyn Brites

Cuando lo pienso se me pone la piel de gallina, porque cuando uno planea un viaje, se puede fijar en los detalles como los baños del camping, cómo es la ruta, si hace frío o calor, y hasta llevar todo lo imaginable de repuesto. Pero nunca un viaje es como se espera. Pueden pasar miles de cosas, que son imposibles de evitar. Se está a la deriva y eso es lo lindo. Esa adrenalina que se siente al no saber con certeza qué va a suceder. 

Sin duda fue un viaje muy loco, lleno de vivencias y recuerdos hermosos.


Contacto: @eveebrites