Entre árboles y ligustrinas, muros y pasadizos secretos, la incertidumbre y la risa dan paso al alivio cuando se acerca la salida. Cuatro propuestas, desde Chubut hasta Misiones, pasando por Córdoba y Mendoza, para experimentar la magia de perderse y volver a encontrarse.
El laberinto es un símbolo ancestral que atrae a distintas culturas y adquirió varios significados a través del tiempo: fue pensado como un amuleto, también como un juego romántico, y hasta se convirtió en un desafío para los más intelectuales. Atravesar sus caminos dispara emociones diversas, y pone en práctica nuestra capacidad de contemplar, frenar y volver a intentarlo. Como en la vida misma, el recorrido nunca es lineal.
Algo mágico sucede cuando la infinita posibilidad de transitarlo encuentra su metáfora visual. Es un juego atractivo, por momentos puede ser hasta desesperante, pero la sensación de haber salido es tan gratificante como recorrer los senderos sin saber a dónde se va a llegar. Desde Un Camino te invitamos a conocer los cuatro mejores laberintos de Argentina, una experiencia única para dejar volar la imaginación y divertirse en grande.
1. Laberinto Patagonia: El Hoyo, Chubut
Claudio Levy soñó despierto con tener su propio laberinto, y después de doce años de espera lo hizo realidad. En 1996 adquirió cinco hectáreas en el valle del Río Epuyén, y junto con Doris Romera, su mujer, decidieron emprender este camino en el que, durante veinticinco días ininterrumpidos, plantaron 2100 cupressus macrocarpa y arizónica. Para lograr la arquitectura, se basan en ecuaciones de trigonometría, utilizaron una cinta métrica, cientos de estacas y un gran ovillo de hilo con el que conectaron punto por punto todo el trayecto.
Claudio volcó sus conocimientos sobre kabbalah (dicen que es la ciencia espiritual para comprender la vida), historia, geometría, teología, filosofía y magia en esta creación ubicada a 3,7 kilómetros del pueblo de El Hoyo, en Chubut. Si bien su proyecto era personal y nunca buscó que se abriera al público, un día removió un pinar de la estructura y su secreto mejor guardado quedó a la vista. Así, después de notar el interés de los viajeros que pedían incansablemente conocer el juego, decidió convertirlo en el hitoturístico que es hoy.
Rodeado de bosques nativos, con vista a las chacras que faldean el Cerro Pirque, el Valle de la Comarca Andina y la cima del Cerro Plataforma, el escenario verde que rodea cada sendero eleva el espíritu hacia un lugar nuevo. Ocho mil metros cuadrados para perderse, y reencontrarse de otra forma.
“Recorrerlo es una invitación al conocimiento personal”, cuentan sus dueños. En el centro del laberinto, funciona una casa de té donde sirven tortas, pastelería, tartas, cerveza artesanal y jugos naturales, elaborados con productos provenientes de la cosecha y los cultivos de su propia chacra. Sus tortas con frutillas y el jugo orgánico de manzana son imperdibles. También tienen una tienda de productos orgánicos.
2. Laberinto El Descanso: Los Cocos, Córdoba
Juan Barbero fue el creador de este laberinto cercano a Villa Carlos Paz, realizado en 1940 como un atajo a la diversión en el parque de su hotel El Descanso. El hotel cerró y fue reconvertido en un espacio recreativo y cultural, donde abundan las estatuas, las fuentes de agua, los museos, y por sobre todo los ligustros en donde muchos se desesperan por no encontrar la salida.
La meca en Los Cocos es el Mirador que marca el punto final del recorrido, un sitio en la altura desde donde se puede observar a los turistas que aún están perdidos y contemplar la vista a las sierras cordobesas. Barbero se inspiró en el laberinto del rey Minos de Creta, emblemático por la historia de Teseo y el Minotauro.
Además de este acertijo de la naturaleza, también hay una sala de espejos mágicos, un patio andaluz, un museo apícola donde se venden miel y productos orgánicos, un museo Greco Romano y otro de historia argentina.
3. Laberinto vegetal: Montecarlo, Misiones
Si hay algo que atrae de Misiones es la forma en que se manifiesta el poder de la naturaleza en todos sus paisajes. Perderse en sus intensos colores, los aromas de la selva, la humedad, hace que el cuerpo se sienta más vivo, más despierto. ¿Y qué mejor que eso suceda en el laberinto vegetal más grande de Sudamérica?
Está ubicado en el Barrio Las Flores, en Montecarlo, 180 kilómetros al norte de Posadas, camino a Cataratas, en el parque Juan Vortisch; cuenta con 1715 metros de ligustrina y una sola salida. El parque tiene especies como cañafístolas, lapachos, cedros, alecrines, bambúes de la India o palmeras de México. La verdadera celebración, y el mejor momento para visitarlo, es en octubre, cuando se realiza la Fiesta Nacional de la Orquídea, un encuentro que convoca a productores, cultivadores, científicos, coleccionistas y aficionados.
4. Laberinto de Borges: San Rafael, Mendoza
La historia de este laberinto parece salida de un cuento. Todo empezó con una carta Randoll Coate, secretario de prensa de la Embajada Británica en Argentina y diseñador de laberintos de castillos europeos, le escribió a Susana Bombal, propietaria de la Finca Los Álamos. Luego de la muerte de Jorge Luis Borges, amigo y confidente de ambos, Randoll tuvo un sueño muy revelador y como Susana aparecía en él, le mencionó la idea: “El Memorial de Borges debe ser un laberinto y no una estatua llena de angelitos”. Ambos se
entusiasmaron con la idea, pero ella murió sin poder concretarla. Años más tarde, Camilo Aldao, sobrino de Susana, se encontró con el escrito y viajó a Londres para reencontrarse con Randoll, quien le entregó el diseño del laberinto. Camilo lo donó a MaríaKodama y Carlos Thays nieto fue convocado para ejecutar el proyecto.
Durante diez años intentaron plantarlo en Buenos Aires, sin éxito. Hasta que Camilo volvió a leer la carta y a reinterpretar el deseo de Coate y de su tía. Ahí fue cuando decidió que el laberinto debía crearse en la casa natal de Susana, aquella finca ubicada en San Rafael,Mendoza. Entre viajes a Londres, y nuevos adeptos al proyecto, el diseño se concretó en 2003.
Además del laberinto, desde su mirador, hay enigmas por develar entre buxus: se forman las palabras Jorge, Luis y Borges al derecho y al revés. Aparecen el bastón; un signo de interrogante; el 86, los años que vivió y el año en que falleció en Ginebra; las iniciales de María Kodama; dos relojes de arena y el símbolo del infinito, en representación de su frase: “El tiempo es infinito y paralelo”. Todo el laberinto en sí conforma un enorme libro abierto. En los alrededores también se puede visitar la pulpería, una bodega y la casona.
Por María Paz Moltedo.