Cuáles son las las tres «perlas del Caribe entrerriano» que te van a deslumbrar

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Entre playas de aguas mansas y claras, el arrullo incesante de aves y la cadencia propia de los pueblitos litoraleños, Puerto Yeruá, Nueva Escocia y Liebig son tres «perlas entrerrianas» que, pese a pasar desapercibidas en los destinos turísticos tradicionales, invitan a desconectar del vértigo urbano y zambullirse al descanso propio del Río Uruguay.

Tres son los atractivos que voceros de esas localidades coinciden en destacar a la hora de acoger a viajeros y turistas: un sosiego a prueba de la neurosis citadina; una naturaleza exuberante, presente en el verdor de sus plantas y en la diversidad de su fauna; una historia cuya fuerte vinculación con los movimientos migratorios del siglo XIX y XX llega a remontarse a décadas previas al proceso independentista.

Puerto Yeruá

Puerto Yeruá está ubicado en el noreste de Entre Ríos, próximo a la Ruta Nacional 14, desde donde se accede por un camino de unos 18 kilómetros arropado por frondosos ceibos, regados por el arroyo Arrebatacapas, a los que se suma la paleta de verdes de la vegetación local, el multicolor de las flores silvestres y la pastura de vacas, ovejas y caballos.

A orillas del agua, el chajá impone presencia, aunque las garzas, los patos siriríes y las gallaretas, tan típicas como él, también llaman la atención del forastero cuando despliegan sus alas en busca de otros cielos.

«Nuestro diferencial respecto a los destinos más grandes y populosos es la tranquilidad. Brindamos una suerte de ‘descontractura mental'», se ufana Andrés Boni, director de Turismo de Puerto Yeruá, que se encuentra a 265 kilómetros de Paraná y a 40 de Concordia.

Senderismo; pesca de dorado y boga, entre otras especies; talleres orientados a niños -esta temporada son realizados en la plaza principal del pueblo-; eventos deportivos terrestres y acuáticos; acampar o pasar el día en el camping municipal y sus playas junto al Uruguay constituyen las propuestas centrales del pueblo entrerriano, aunque en la actual temporada el uso de ambos sectores está disminuido a consecuencia de la creciente de ese río que afectó a esa y otras áreas tiempo atrás.

«El paisaje natural, con su enorme y variada arboleda y la hermosura de esta franja del río, son únicos», pondera Boni, quien destaca a «La devolución», la escultura localizada en el ingreso al pueblo en la que un pescador sostiene un pez al que está a punto de devolver al río, como síntesis de la intención de los puertoyeruenses de invitar a sus visitantes a proteger el hábitat de sus anfitriones.

La Capilla San Isidro Labrador, el Museo Eclesiástico Costumbrista, la Plaza Quirno Costa, el Paseo de la Independencia y añejas casonas -entre ellas, el hotel colonial- se presentan como opciones para disfrutar al caer del día y adentrarse en la historia e idiosincrasia locales.

Nueva Escocia

A unos 13 kilómetros al sur -18 por carretera-, está Nueva Escocia, con sus amplias playas de arenas, sus aguas cristalinas a quienes propios y extraños procuran comparar con las del Mar Caribe y un entorno campestre, poblado de árboles añosos.

«Somos conocidos por el camping, la playa y toda la naturaleza que nos rodea. Quienes nos eligen lo hacen atraídos por la tranquilidad y seguridad, al punto que por ejemplo los niños pueden andar solos por la calle», señala Rita Álvarez, presidenta comunal de Nueva Escocia, aldea cuyo origen -y nombre- data de fines del siglo XIX, cuando su primer poblador, el escocés William Shand, arribó con la intención de iniciar una nueva vida en América e inauguró una fábrica de cerámicas.

Escaparse de las multitudes y del bullicio; retozar en las playas, nadar en el río y avistar aves; compartir asados, rondas de mates y todo tipo de deportes, suelen ser los «llamadores» de quienes eligen a Nueva Escocia sobre otras propuestas de la costa este entrerriana. Y hay otro mencionado por Álvarez: «Conservamos la vida típica de pueblo».

Al igual que acontece en Puerto Yeruá, las instalaciones del camping de Nueva Escocia se vieron afectadas por la creciente del río, por lo cual -y al momento- los viajeros podrán disfrutar de la playa, pero deberán hospedarse en los complejos de cabañas y los departamentos de alquiler.

Otros atractivos turísticos del lugar son la antigua chimenea de la fábrica de cerámicas; una vieja pulpería, fundada en 1898; la Capilla Nuestra Señora De La Merced; la plaza principal y un caserío de época.

Pueblo Liebig

«Pueblo Liebig es un museo a cielo abierto, con solo llegar acá ya se respira historia, la arquitectura única hace de nuestro pueblo un lugar mágico y, al estar a la vera del Uruguay, tiene esas playas de arena blanca tan características de nuestro río y los bancos de arena del Caraballo, considerado como ‘el Caribe entrerriano'», relata Diego Quarroz, secretario de Turismo de esa localidad ubicada en el centro este de Entre Ríos, a 240 kilómetros de la capital provincial y a 10 de la ciudad de Colón.

La denominación del lugar se debe al creador de la fórmula para la elaboración del extracto de carne, Justus Von Liebig, conocido como «el padre de la química orgánica», que era exportada a diversos países y dio sustento a la región durante setenta años.

Además de disfrutar el río Uruguay y su entorno, quienes vayan a Pueblo Liebig podrán sumergirse en el pasado y revivir las épocas de esplendor del pueblo -y de una Argentina industrial-, al caminar por Paseo de La Manga, el lugar por donde ingresaba el ganado hacia la fábrica de Von Liebig y el cual dividía al pueblo en dos sectores bien definidos: «el pueblo», donde se ubicaban las viviendas de los obreros, los comercios, la escuela y la capilla, entre otros, y «los chalets», habitados por gerentes y otros empleados jerárquicos.

Pueblo Liebig ofrece además una nutrida propuesta de turismo rural e histórico, pesca deportiva, deportes terrestres, tiene infraestructura -al igual que Puerto Yeruá- para recibir a personas con discapacidades y una de las más grandes exposiciones de mariposas del subcontinente.

Quarroz destaca la tranquilidad y seguridad que ofrece Pueblo Liebig a sus visitantes: «Aquí la gente toma mate sentada en la vereda, los niños juegan en la calle y se puede andar en bici y dejarla tirada que no pasa nada. Nadie toca lo que no es suyo».

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Por Germán Alemanni – Télam