En uno de los lugares más mágicos del sur argentino, este emprendimiento familiar supo convertirse en un ícono gracias a sus sabores, que respetan las recetas de antaño. Marcela Cepernic, la persona detrás de este gran sueño, lo cuenta en primera persona.
Descansando bien al sur de la Cordillera de los Andes, justo al pie del Cerro Fitz Roy y en pleno corazón del Parque Nacional Los Glaciares, El Chaltén es una sede del paraíso que pertenece formal y políticamente a la provincia de Santa Cruz.
Con miles de senderos que se abren para descubrirla y maravillarse con sus paisajes (no por nada fue declarada como la Capital Nacional del Trekking), es uno de los destinos predilectos por los viajeros y viajeras que buscan estar en pleno contacto con la naturaleza.
Claro que después de esos largos (pero inolvidables) paseos entre bosques, lagunas, montañas y los imponentes gigantes de hielo, el cuerpo no solo que necesita descanso, sino una dulce y merecida recompensa. Y desde hace ya 25 años, esa recompensa tiene nombre y apellido: Heladería Domo Blanco.
Un sueño hecho realidad
Para conocer los verdaderos orígenes de esta heladería tradicional es necesario remontarse un poco más atrás en el tiempo, puntualmente a 1982, año en el que Marcela Cepernic, oriunda de Río Gallegos, visitó con su familia por primera vez El Chaltén. “Tenía 12 años y me enamoré. En ese momento, supe que era el lugar en el que quería estar. Y esta idea se refuerza en 1985, cuando fundan el pueblo… Yo sabía que quería vivir ahí”, confiesa.
Ese sueño se materializó en 1996, cuando Marcela una vez recibida de profesora de Educación Física, se instaló de manera definitiva para dar clases en la escuelita local. Al tiempo, nació la idea de poner una heladería: “Por un lado, surge de la necesidad de tener un ingreso que acompañara mi sueldo para así empezar a concretar mis proyectos. Y por otro, porque siempre fui fanática de los helados, y a la vez quería encarar un proyecto de algo que no hubiera en el pueblo. De hecho, al principio todos me decían que estaba loca, que solo los guanacos me iban a comprar los helados. Pero me arriesgué, me endeudé y me puse en marcha: por la mañana seguía con mi trabajo en la escuela y a la tarde fabricaba los helados y atendía a la gente”.
Aquí es necesario hacer un parate y hablar de una figura muy importante en esta historia. “Don Pablo Vuckovic, el padre de un amigo en Río Gallegos, fue heladero durante más de treinta años pero ninguno de sus hijos quiso continuar con el oficio. Eran épocas donde no había internet y una receta de helado salía algo así como 5.000 dólares. Así que viajé a Verónica, pueblo cercano a La Plata, para que Don Pablo me enseñara. De hecho mantenemos vigentes sus recetas en nuestros helados y hasta tenemos un libro, que se ha ido actualizando por supuesto, con nuevos sabores”, cuenta la impulsora del proyecto, el cual sería una realidad en diciembre de ese año.
¿La gran clave de la apertura? El anuncio de que El Chaltén tendría luz eléctrica las 24 horas del día (anteriormente, se daba la luz en intervalos). Así fue como el 21 de diciembre de 1998, Domo Blanco abre sus puertas de manera oficial con un detalle: la locación era el living de la casa de Marcela, acondicionado para recibir a los clientes.
Todo queda en familia
Puerto Deseado es un lugar clave en esta historia, porque allí en 2002 Marcela conoce a José Beltrán, lo que significaría a futuro no solo la ampliación del proyecto, sino también de la familia con la llegada de sus dos hijas.
Ya trabajando en conjunto, deciden dar el primer gran salto y alquilar un local, que además les permitiría triplicar la producción de sus helados. Y si bien económicamente no dio los réditos esperados, sí les entregó valiosas experiencias para su posterior paso: el de conseguir un terreno y construir su propia locación.
Los frutos de esa cosecha no tardarían en llegar, ya que el ahora proyecto familiar, no paró de crecer: “José con su creatividad comenzó a experimentar con nuevos sabores, como por ejemplo el Chocolate Súper Domo, que tiene una salsa de amarenas, que es un fruto silvestre. Un dato anecdótico respecto a eso: hay un escalador muy famoso, que es tan fanático que abrió una nueva vía de ascenso al cerro y le puso ese nombre. Pero en general, toda la gente del pueblo tiene puesta la camiseta de nuestros helados”.
¿La receta para que este emprendimiento familiar se transformara en un ícono de El Chaltén? “Hay muchos factores: uno, que hacemos todo con muchísimo amor, nos apasiona hacer helado artesanal y siempre apuntamos a la calidad. Algo muy importante también es el personal que nos ayuda, que son parte fundamental porque somos un equipo de trabajo. Y por último, no quiero dejar de mencionar la sustentabilidad, que es otro pilar muy importante para nosotros. Por ejemplo, quien reutiliza su envase tiene un descuento”, reconoce Marcela.
Recientemente ya dieron inicio a la temporada 2023/2024, y sus puertas se encuentran abiertas para disfrutar de todos sus sabores, con opciones para personas intolerantes a la lactosa, veganas y celíacas. Por lo cual, no hay excusas para probar sus delicias heladas y que la experiencia de conocer El Chaltén sea completa.
¿Los recomendados? El Súper dulce de leche con dulce de leche repostero y bombones de chocolate, el Nocciolatto a base de avellanas, el Mascarpone y el Calafate, hecho con el fruto más característico de la región. Sí, vale la pena visitar estas tierras maravillosas para endulzar la vista con sus paisajes, y la boca con estos helados.
Por Christian Ali Bravo
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