LA DOMADORA

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Con la práctica y la difusión de la doma natural, Eugenia Fuentes se abrió paso en un mundo de hombres para mejorar la calidad de vida de los caballos.


Domar un caballo es amansarlo para que se deje montar, educarlo y enseñarle maniobras destinadas tanto a alguna disciplina deportiva como al trabajo en el campo. La doma natural busca hacer esto contemplando los tiempos, las necesidades, reacciones y condiciones del animal.  Juan Romero Feris, referente de la actividad y organizador del Congreso Equino en la exposición Nuestros Caballos (ver recuadro), explica que la práctica está avanzando mucho en la Argentina: “Es la actividad que dio vida al Congreso, y a raíz de la cual después empecé a sumarle otras, así como clínicas sobre los temas que hacen también al bienestar del caballo y a un buen trato para una mejor vida, tanto del animal como de su propietario”.

Invitada especial y principal disertante del evento, la pampeana Eugenia Fuentes se acercó a este universo a los 6 años. Entonces le habían diagnosticado la enfermedad de Perthes, una patología que afecta al desarrollo de la articulación de la cadera en la infancia. Fue cuando su padre le regaló al Zoquete, su primer caballo y a quien siempre llamará su Gran Maestro.

–A partir de tu propia historia y tu experiencia, ¿qué características de los caballos pensás que los hace tan valiosos para diferentes terapias?

–Creo que la mayor característica es que nos permite ver quiénes somos. Se dice que el caballo refleja nuestra alma. El animal tiene la capacidad de darse cuenta qué es lo que te está pasando en el momento en que estás con él; si estás frustrado, enojado, ansioso, si estás contento, si estás triste… cualquier emoción que estés atravesando, el caballo te la va a reflejar y va a actuar en consecuencia. Eso para mí es mágico.

–¿Y en el caso de las terapias motrices?

–En mi experiencia eso fue súper importante porque cuando montás un caballo utilizás los mismos músculos que cuando caminás. Pero creo que la clave es la parte emocional: cuando me tocó estar con muletas y sin poder apoyar la pierna, el Zoquete fue mi gran maestro: él se daba cuenta de lo que me estaba pasando y sabía que yo no me podía golpear, era extremadamente cuidadoso. Entonces yo sentía –y hoy sigo sintiendo cuando trabajo un caballo– esa capacidad que tienen de poder verte. Por eso en esta actividad tenés que estar preparado para trabajar sobre vos mismo, porque así como el caballo te puede ver, si vos estás preparado y estás consciente, vas a poder ver al caballo. Ahí es donde se produce la magia y empezamos a hablar el mismo idioma.

–¿Cómo llegaste a la doma natural?

–La primera vez que vi algo distinto fue en una demostración que hizo Martín Hardoy en General Hacha. Me acuerdo de ese momento y se me pone la piel de gallina porque dije “esto es lo que yo quiero hacer”. Fue la primera persona que me dio un poco de luz y de ilusión sobre todo esto que yo venía sintiendo y que creía y estaba convencida de que se podía hacer desde otro lugar.

El recorrido no fue sencillo para Eugenia. Hace veinte años no había muchas opciones para formarse en doma natural, así que hizo todos los cursos que había: de doma, de doma india, de doma americana, de doma racional, de Join up… Todo aquello que podía acercarla a un amanse sin violencia. Pero Eugenia no solo estaba tratando de desarrollar una práctica novedosa, además pretendía ingresar al que hasta entonces se suponía que era un mundo de hombres. “Fue difícil porque era un ambiente muy machista, pero yo tenía muy claro qué era lo que quería hacer y adónde apuntaba. Nunca me sentí menos”, cuenta.

–¿Actualmente notás mayor equidad?

–Hace 17 años que me dedico a domar y a trabajar con los caballos y si bien hoy todavía hay cierta resistencia, estamos evolucionando y las cosas están cambiando. Hoy la mujer tiene otro lugar porque ya está demostrado que no es tema de fuerza, se trata de hacerlo desde el amor, del conocimiento, sin violencia, entendiendo al caballo, entonces lo puede hacer cualquier persona.