Autor: Richard Lingua
El norte argentino es una maravillosa caja de sorpresas que merece ser recorrido con calma y detenimiento. Son muchos los lugares interesantes y bellos que se encuentran por allá. Pero quiero esta vez hablar de la pequeña ciudad de Purmamarca, una joya.
Se llega a Purmamarca por vía terrestre, desde Salta o Jujuy, en auto o en buses. Sólo empezando a acercarse, las montañas que van cambiando de escala cromática primero y después de tonalidades, impresionan por su carácter. No es casualidad que allí se encuentre el tan nombrado cerro con sus siete -dicen- colores.
Allí comienzan a aparecer los hoteles clásicos como El Mantantial del Silencio, que se debe visitar por su pinacoteca y su comida, o La Comarca, con espacios que permiten abarcar con la mirada los mejores paisajes del lugar.
En el pueblo, pequeño y enmarcado por el cerro enorme, se distinguen enseguida la Iglesia, una belleza de la arquitectura andina del siglo XVII: la Iglesia de Santa Rosa de Lima; y enfrente al más puro estilo español, la placita cuadrangular con sus ventas de artesanías cada día, todos los días del año.
La temperatura es agradable, todo el año entre 20 grados y en el día y unos pocos grados bajo cero en la madrugada, y el sol acompaña siempre con su presencia. Los recorridos en trecking por Los Colorados, acompañado de las benévolas llamas por el Pucará de Tilcara (Caravana de Llamas) o el camino hacia y desde el Museo en Los Cerros, son dignos de intentarse.
Mucho de historia, de arte y de arquitectura en un lugar bellísimo y calmo.