Autor: Richard Lingua.
No hace falta decirlo, Perú es mucho más que Machu Picchu, Cuzco y la gastronomía limeña. Pero yo no imaginaba cuánto más.
Hace un par de años, una prestigiosa marca de celulares tomó la decisión de lanzar su modelo X con unas imágenes espectaculares de jóvenes realizando sandboard, circuitos en jeeps por las dunas y finalmente, avistando un oasis desde las alturas, palmeras incluidas.
Me impactó el lugar, como casi todos los lugares desérticos, y mi sorpresa fue enorme cuando al rastrealo en los buscadores descubrí que estaba muy cerca de aquí, vecino a los Andes Peruanos. Y que efectivamente, era un desierto de proporciones y con gran oasis incluido, rodeado de unas simpáticas construcciones que, al acercarse, se van convirtiendo en bares, hostels, cafés, con gente (generalmente jóvenes) de todo el mundo.
El desierto se llama Ica, se extiende desde la cordillera al Océano Pacífico, donde se encuentra la bellísima Paracas; y la ciudad que rodea al lago, Huacachina.
Así que, amigo y auto prontos, partimos hacia allí para pasar unos buenos tres días en este rincón de África en Sudamérica. Fueron días geniales, de paseos en poderosos buggys por las dunas (de gran altura), de esos donde tus compañeros de viajes gritan y se ríen a carcajadas; sandboard, deslizándonos más o menos suavemente por las pendientes de esas montañas de arena; momentos de quietud y contemplación de un desierto cuyo final no se alcanza a ver.
Y la puesta de sol desde lo alto. El sol imposiblemente naranja contra un cielo transparente que se refleja sobre la arena dorada, y se va recostando con una lenta generosidad sobre los Andes, como para que la visión se alargue y las fotos sean muchas. Es la misma experiencia que ver ponerse el sol en África, que considero tiene los atardeceres más lindos del mundo. Pero aquí cerca.