La hora dulce
Compartir
Un chalet rodeado de flores, recetas de pastelería heredadas y un ambiente familiar acogedor. Con esa propuesta, hace más de 25 años, este salón de té se convirtió en uno de los secretos mejor guardados, pero compartidos con gusto, de San Carlos de Bariloche.
Por: Daniela Rossi.
En el kilómetro 20 de la avenida Exequiel Bustillo comienza el camino que lleva a la Península San Pedro, un lugar muy tranquilo que suelen recorrer quienes se alojan en la zona o aquellos que en temporada alta buscan alejarse de las playas más concurridas del lago Nahuel Huapi. Un lado de esta península está bañado por el brazo Huemul; el otro, sobre el brazo Campanario, es hogar del cerro homónimo y el Cerro López. Es hacia allí donde mira Paila Co, a unos 3 kilómetros del acceso inicial, después de andar un tramo de camino de tierra.
La ubicación, que tiene la magia de un lugar escondido del que pocos saben, al principio fue una contra: “Al estar tan lejos del centro costó hacernos conocidos. No venía tanta gente, hubo que aguantar. Pero con los años se fue corriendo la voz, el boca a boca funcionó”, cuenta Tomás Nucerino, tercera generación familiar de la casa de té, quien se hace un momento para relatar la historia del lugar. Su madre, Sabina, está completamente abocada a terminar cada detalle de las tortas de inspiración europea que servirán durante la tarde. Cómo pueden aprovechar el espacio al aire libre, el verano es la temporada que más gente concurre, y todo tiene que estar listo antes de que empiece el servicio, a las 6. Desde ese momento, hasta las 19, el ajetreo es continuo.
La historia de Paila Co empezó unos 45 años atrás, cuando Bárbara y Werner Wiedemann eligieron San Martín de los Andes como destino de viaje familiar en su casa rodante. El paisaje les hacía acordar a su Alemania Natal. Tiempo después, adquirieron en ese lugar una casa de veraneo, hasta que llegó la etapa de mudarse de forma permanente. La vivienda ya se llamaba como ahora, nombre que en lengua mapuche significa “aguas calmas”, y fue sumando algunas habitaciones extra. Así como crecía hacia adentro, también lo hacía hacia afuera, embelleciendo todo el jardín circundante.
Al terminar la escuela secundaria, una de las tres hijas del matrimonio, Sabina, también se mudó a este rincón de la Patagonia en el que permanece hasta hoy. Fue ella quien, hace 25 años, transformó el living familiar en un espacio con mesas para recibir a los primeros visitantes, y la cocina hogareña en una que guarda su espíritu pero que cada día trabaja sin parar y para otros comensales. Paila Co conserva su sentimiento de casa, con mesas de madera, ventanales grandes para mirar hacia el exterior y los aromas del horneado que llenan el ambiente. Al llegar, una escalera de madera da la bienvenida y lleva a un balcón aterrazado; detrás de la puerta ya está el salón principal.
Hasta hoy, Sabina es la encargada de elaborar las tortas, muchas recetas que aprendió de su madre. Tomás, que tiene 20 años, oficia de anfitrión y está atento al funcionamiento del salón. “El secreto está en hacer siempre lo mismo: recetas caseras y ricas”, asegura. Aunen las épocas menos concurridas del destino, ellos están listos para abrirle las puertas a quien los visite. “Somos pocos, y eso también hace que se mantenga la esencia”, cuenta.
Como todo lugar con historia, Paila Co tiene sus especialidades, esos sabores a los que siempre se vuelve: el Strudel de manzanas está todo el año, y se puede pedir con crema batida; en verano se luce la Pavlova con frambuesas frescas de la zona, que están de temporada sólo durante un mes y medio. Para los seguidores del chocolate, las infaltables son la Sacher–diferentes texturas de chocolate y dulce de damascos– y la Selva Negra, que la elaboran “bien a la europea”, con guindas en lugar de cerezas, lo que suma un extra de acidez. También hay, entre otras opciones, Lemon Pie, torta de chocolateblanco, Carrot Cake y dos variedades de Cheesecake por día, siempre aprovechando las frutas de estación y las confituras locales.
En verano salen mucho los licuados y jugos, mientras que cuando baja la temperatura se imponen el café, el chocolate caliente y los blends de té de Tematyco, productores de la vecina Villa La Angostura. Un detalle más: la vajilla es de porcelana pintada a mano por la artista Nika Henke, y también se pueden adquirir las piezas para tener un detalle de Paila Co en casa.Sin dudas, las tortas son el gran señuelo por el que la mayoría llega a Paila Co, pero el lugar en el que está inmerso el chalet también hace lo suyo.
Está rodeado de un jardín creado por Bárbara, que a sus 88 años no le quita la mirada. Ella también suele pasar de visita por la cocina y acercarse cuando llega algún cliente habitué o amigo. “En verano, el entorno da otra experiencia, estás al lado de las flores y escuchás el canto de los pájaros, con todo el jardín verde y la vista al lago. Durante el invierno, se convierte más en un refugio de montaña”, dice Tomás. Según la época, hay tulipanes,narcisos, hortensias, lirios y diferentes desniveles que forman canteros y caminos hacia arriba y abajo, arrimándose hacia la orilla y ofreciendo pequeñas paradas para levantar la mirada y disfrutar de un paisaje bien patagónico.
MARZO 2023