Sabores que sorprenden: Churros
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La tendencia crece en el mundo y también en la Argentina, donde cada vez más locales y restaurantes los ofrecen. Crocantes, dorados, rellenos o no, han vuelto a ocupar su lugar en las preferencias de los golosos y de los que no lo son tanto.
El sólo verlos tienta. Recién fritos, del color de la arena, con su superficie estrellada de azúcar, solos o rellenos de dulce de leche o crema pastelera, no hay nadie que se les resista. En invierno se impone mojarlos en chocolate caliente; en verano, apurarlos con un mate cuando cae la tarde en la playa, el sol afloja y las sombras se alargan. El churro –que en realidad nunca se fue pero carga indefectiblemente con fama de “bomba” gastronómica gracias a su alto nivel calórico– protagoniza un revival que se repite a nivel global.
Su origen es tan centenario como incierto. Por un lado, la leyenda se remonta al siglo XVII, en la Península Ibérica. Allí, la larga estadía de pastores en el campo los obligaba a inventar recetas, aprovechando lo que hubiera a mano. Que esos trabajadores rurales se dedicaran a la crianza de las ovejas churras (raza lechera originaria de Castilla y León) y de ahí se deduzca el nombre de la preparación, aporta un dato simpático.
Por otro, y para ampliar la leyenda, algunos historiadores refieren que la receta llegó a España por la vía de los árabes y otros aseguran que entró a la Península por Portugal merced a los viajes que los mercaderes locales realizaban a China, donde conocieron el “youtiao”, una tira de masa frita que sería el antecedente directo del churro. Volviendo al motivo de esta nota, modas son modas. Y si bien siguen existiendo en Buenos Aires fábricas que hace años elaboran churros tradicionales, en los últimos tiempos se sumaron locales con versiones más osadas y gourmet.